Un ensayo, lo clandestino y lo evidente. Desconocidos caprichosos.
Y entonces lo de siempre:
Se vuelca la grasa cursi sobre los que se enamoran. Químicamente imposible de fabricar, pero de hábito humano recurrente. Se enamoran y chorrean y es todo efervescente y todo es maravilloso y liviano y nada huele y nada duele. ¿Sí?
Un tránsito singular podría ser, aunque lo difícil sea la idea de soportar identificarnos con las relaciones romantizadas. ¿Estamos a salvo de Disney? ¿Sí? ¿Deberíamos estarlo? ¿Cuánto?
Y se gesta el convite y las gatas y las obras, nuevas, y la puerta del baño ya casi que no se cierra y el pudor vencido y la nueva intimidad y lo nuevo y lo nuevo y lo nuevo y lo nuevo y lo nuevo y lo nuevo. Feliz día de la ansiedad. Ah, no, perdón, es mañana. ¿Sí?
Entonces lo de siempre:
Una hija no nata llamada Olivia.
Miren hacia donde miren, chorrearán grasa cursi. No se puede amar a nadie. No es que no se pueda amar, sino que no se puede no amar. Siempre amarán.